Tengo la sensación de que la gente que se mueve dentro del mundo cultural o
artístico tiene la obligación de significarse continuamente. Ya no solo
socialmente, denunciando todo aquello que resulte inadmisible o ruin, también
se nos pide que nos manifestemos políticamente y enarbolemos alguna bandera,
pese a que eso pueda perjudicarnos en nuestro trabajo. Y hoy he decido mojarme,
quizás no por esa “obligación” de significarme, lo haré como ciudadano catalán.
La verdad es que nunca me ha gustado hablar con una bandera detrás, y no
por no tener mis convicciones políticas, tampoco por carecer de sentimientos
hacia mi país. Muchas veces obedece a la voluntad de no ofender o de no mostrar
mis ideas, que son las mías y yo decido con quién las comparto.
Hoy lo haré, explicaré lo que pienso del conflicto Cataluña-España. Me
mojaré, sí, pero sin tratar de adoctrinar a nadie, porque cada uno tiene sus
propias razones, sus propios ideales y su moralidad. En el fondo será un relato
de todo lo que ha sucedido en los últimos años y de cómo hemos llegado hasta
aquí.
Había una vez un Parlament que aprobó democráticamente un
Estatut en el 2012, que llevaba consigo un paquete de medidas fiscales a mi
parecer justas: equipararse a C.C.A.A. como El País Vasco y Navarra, una gestión
más efectiva de los impuestos o algo tan sencillo como ahorrarse procedimientos
burocráticos.
Desgraciadamente el Gobierno no refrendó la propuesta y ni siquiera se
avino a negociar. Coincidió con una época en el que se destaparon casos
fragantes de corrupción en el Gobierno. Cada semana salía a la luz una nueva
trama, un nuevo fraude, un nuevo robo al dinero de todos.
Y entonces ocurrió en Cataluña. Una sociedad que tenía el independentismo
aletargado empezó a decir basta.
Cabe decir que los independentistas de toda la vida, no los que surgieron a
partir del 11 de septiembre del 2012, aquellos que lo son desde pequeños porque
sus padres lo fueron, lo son por un sentimiento cultural, por ideales o por no
identificarse con un país que fue represor de su lengua y de su cultura. Pero
la indignación hizo que ese sentimiento se despertara y más de un millón de
personas (solo en Barcelona) empezó a pedir la independencia.
¿Y qué ocurrió?
Artur Mas no era santo de mi devoción por aquel entonces, me parecía un
títere de Pujol, pero hizo un gesto político que muy poca gente ha valorado.
Después de perder dos elecciones consecutivas, incluso teniendo mayoría de
votos en una ellas, a la tercera fue la vencida. Tiene mucho mérito que pocos
meses después de ser elegido, en lugar de apoltronarse en su sillón, entendiera
que era muy significativo que tanta gente reclamase la independencia. Sin nuevo
Estatut, sin pacto fiscal y con millón y medio de personas clamando soberanía
propia, decide dimitir porque el nuevo escenario se sale de la hoja de ruta de
su programa electoral. Entiende que el fenómeno independentista es lo
suficientemente significativo como para hacer una consulta. Tiene su lógica
preguntarle a la ciudadanía de vez en cuando qué es lo que quiere para adaptar
los programas políticos a las exigencias de la sociedad. Y la consulta se
declara ilegal y no vinculante, sin diálogos, sin concesiones al pacto
político. Y mientras, la gente seguía saliendo a la calle pidiendo
independencia. A partir de aquí, con el 9N en el horizonte, por cada rechazo
del Gobierno Central, por cada desplante, por cada comentario desafortunado de
los medios de comunicación o del ministro de turno, generaron nuevos
independentistas. Gente cabreada por no poder opinar libremente. Aparece además
un personaje como el ministro Wert que habla de españolizar las aulas. Ese
hombre fue una máquina de generar independentismo, os lo puedo asegurar.
Y el Carpe Diem en los medios de comunicación continúa. Las tertulias se
llenan de insultos y faltas de respeto hacia los catalanes, la redes sociales
se convierten en una guerra de odio. Y Rajoy continúa sin tender una mano al
diálogo.
Para mí el resultado de la consulta no es vinculante, pero sí
significativa. Y lo mismo pensaron las fuerzas políticas catalanas, que
instrumentaron una Elecciones Autonómicas en un plebiscito. No importaba quién tomaba
las riendas de Cataluña, era propiamente una consulta legal para saber si era
que SÍ o era que NO.
Y lo que son las cosas, guste o no salió que sí y eso significa que una
mayoría parlamentaria estaba formada por partidos que tenían que dar a sus
votantes lo que pedían. Porque funciona así, ¿verdad? Los gobiernos deben hacer
lo que piden sus votantes.
En los últimos dos años, el Govern no ha sabido explicar que implicaba la
independencia de Cataluña. Yo sigo sin saber qué pasará con mi jubilación, con
mi hipoteca, cuántos impuestos pagaré, en qué se verá afectada mi renta o de
qué comeré si me quedo sin trabajo. No lo sé, no me lo han explicado y este es
el principal error de la Generalitat.
Eso provoca que muchos catalanes estén a favor de un referéndum de autodeterminación,
para poder votar que sí si las convicciones te lo piden o que no, por sentirse
también español o gente como yo, que no tiene los elementos necesarios como
para firmar un contrato de tal tamaño. Pero quiero votar, queremos votar. Es un
tema suficientemente importante, tiene la repercusión necesaria y es necesario
en un estado democrático.
Pero claro, las leyes no contemplan un referéndum en los términos
planteados si no está refrendado por las dos cámaras. Y el Gobierno sigue sin
tender un puente, además permite que el tema se enquiste y se convierta en una
guerra España-Cataluña. Sí, las leyes se redactan para cumplirlas y saltárselas
es un delito, completamente de acuerdo. Pero las leyes no dejan de ser un
instrumento a disposición de la ciudadanía y su vigencia o modificación debe
ser flexible a los nuevos tiempos, a los nuevos pensamientos y a las nuevas
necesidades de los ciudadanos. Recordemos que hace ochenta años las mujeres no
podían votar en este país, la ley lo impedía. ¿Eran esas valientes sufragistas
unas delincuentes por querer infringir la ley? La mayoría de los derechos que
tenemos hoy se han conseguido saliendo a la calle y pidiéndolo y, en un momento
u otro, alguien ha tenido que cambiar una ley para escuchar la demanda de la
sociedad. No olvidemos, que los gobiernos son instrumentos de los ciudadanos.
Eso es la democracia.
El último año ha sido un despropósito. Mientras el PP se dedicaba a tapar
sus trapos sucios, a silenciar escándalos Black, Gurtel, Noos, etc., mientras
permitía que Jorge Fernández Díaz y Daniel de Alfonso cometiesen delito de
traición y conspiración, En Cataluña todo giraba alrededor de preparar un
referéndum. Mientras tanto, Mariano Rajoy continuaba bajo su paraguas viendo
como llovía.
Sí, los efectos de un independencia de Cataluña no me convencen, pero
tampoco me siento representado por un gobierno corrupto e intransigente que nos
roba y que no nos escucha, que permite que se nos insulte en programas de radio
y televisión con total impunidad. No acabaría nunca si me pusiese a enumerar
las enormidades que han salido de la boca o de la pluma de algunos periodistas.
Tras el atentado del Barcelona, fue vergonzoso sentir el desprecio y el odio de
la España mediática, no de los ciudadanos españoles, que se solidarizaron y nos
mostraron su cariño, su compasión y su ayuda.
Cabe también decir que no me gustó tampoco la instrumentación política que
hicieron algunos dirigentes catalanes en la manifestación del atentado. ¿Qué
significaban esas esteladas? No era el lugar ni el momento. ¿A qué venían esos
pitos al rey? Tampoco tenían sentido ese día.
Y llega el momento de hacer un referéndum ilegal, sí, ilegal, pero
totalmente necesario. Ni los unos ni los otros han sabido encontrar un puente
de diálogo. El Gobierno ha tirado de tribunales y de sentencias para parar el
chaparrón, como siempre. Entienda Sr. Rajoy que ponerse debajo de un paraguas
no quiere decir que pare de llover, solo que usted no se moja, pero los demás
sí.
Lo de ayer fue un golpe a la democracia. Las detenciones políticas atentan
contra las libertades democráticas y de un estado de derecho, las actuaciones
de la Guardia Civil buscando urnas, papeletas e informáticos resultó
esperpéntica. Ojalá ese despliegue mastodóntico también lo hubiesen hecho para
investigar los más de cincuenta casos de corrupción, para destapar entramados
criminales o vehículos de información que dinamitan la concordia. ¡Oiga, investíguenlos,
que nos han robado en nuestras narices y están todos en la calle luciendo
corbatas y cubrebotones dorados!
Llegado a este punto, sigo sin estar convencido de la viabilidad de la
independencia, además de tener un simpático afecto con España, a pesar de
pertenecer a dos realidades culturales diferentes. No le veo viabilidad,
pero prefiero jugármela a partir de la ilusión de la construcción de un nuevo
país a pertenecer a otro que me insulta, que me cierra la boca, que no me
escucha, que me roba y que detiene a los representantes legítimos del
Parlament. No solo quiero votar, va a ser que sí.