Confeccionar una historia, tejer diferentes tramas y aliñarlas
con un ritmo ágil para que el lector disfrute de cada línea no es tarea fácil y
por ese motivo debemos ser capaces de transmitir con concreción lo que queremos
explicar.
Toda historia parte o, debería partir, de un eje sólido, un
argumento pensado que contenga giros, que esconda lo que acontece en los capítulos
siguientes y que atrape al lector. En ese sentido es importante ser concretos,
no deambular en descripciones farragosas y no caer en la trampa de florear nuestra historia con paja innecesaria.
Como ya expliqué en un post anterior, recomiendo preparar una
estructura de la novela, aunque sea una simple escaleta, con una enumeración de
acontecimientos y la entrada y salida de personajes. Esta estructura nos será
muy útil para evitar el “síndrome del folio en blanco”, para no perdernos en
subtramas que no aportan nada y para tener bien preparado ese final inesperado
con el que buscamos sorprender.
Hay muchas técnicas de escritura que pueden ayudarnos a la hora
de tejer con precisión una trama sin que nos olvidemos de los puntos esenciales
que hacen especial la historia que queremos narrar. Entre todas esas técnicas
os propongo un ejercicio que practico desde hace unos años y que me es de gran
utilidad para cribar entre lo esencial y lo superfluo.
Primeramente hago un relato de dos o tres páginas que resume la
novela que tengo en mente, escrito sin diálogos, únicamente con la voz del
narrador. En esas dos o tres páginas podemos condensar a la perfección lo que
pretendemos contar y lógicamente obviamos toda la paja descriptiva o la
presentación física y psicológica de los personajes. Durante este proceso de
escritura comprobaremos que nos surgen nuevas ideas para incorporar a la
estructura previa y que algunas de las escenas preconcebidas acabarán siendo
subestimadas.
Una vez escrito el resumen de la novela es el momento de
identificar las esencias, los giros y los puntos fuertes, en definitiva,
aquellos elementos que hacen que nuestra historia sea potente. Para ello,
deberemos hacer un complicado ejercicio de síntesis con el que desgranaremos aún
más el contenido. Es el momento de releer el relato que hicimos y hacer de él un
microrrelato de 400 o 500 palabras. Este micro debe contener los elementos básicos
de toda narración (introducción, nudo y desenlace), además de todos aquellos componentes imprescindibles que abordará la novela. Después de
hacer este ejercicio nos daremos cuenta de la cantidad de adverbios, adjetivos
y frases que nos sobran.
Al hacer el microrrelato debemos centrarnos en la acción y
evitar divagaciones. Aprenderemos a llegar hasta nuestra idea principal por un
camino mucho más rápido, de modo que, aunque incluyamos ese suspense obligado,
el lector no pueda aventurar el impacto que le espera. Si divagamos mucho hasta
ese momento de impacto, el lector descubrirá con antelación que el mayordomo es
el asesino. Y no queremos eso.
Una vez encontrada la esencia es el momento de empezar a
escribir la novela y de ir tejiendo la trama, los giros y los personajes que
darán vida a nuestra historia. Durante el proceso de escritura y, a medida que
avancemos, nos daremos cuenta de que ese ejercicio de síntesis nos condiciona
para que nuestro subconsciente evite que nos incursionemos en esos capítulos
paja que tanto molestan a los lectores.
Muy buenos consejos. Aunque yo soy más de improvisar, jeje, bueno, ya me conoces :)
ResponderEliminarUn abrazo.
Y no te va mal, desde luego. Ya lo dicen, cada maestrillo tiene su librillo y el tuyo también funciona.
EliminarUn abrazo.
Hola, Josep. Nos ha parecido un artículo enormemente útil; aunque es cierto que cada autor puede tener su método y hay muchos que improvisan (la compañera Lola Mariné lo comentaba más arriba), conviene saber que tener una guía previa puede facilitarnos muchísimo la tarea. Gracias por tus consejos, acabamos de descubrirlos y no te quepa la menor duda de que te vamos a guardar en favoritos. ;)
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