Estos últimos meses he podido leer más bien poco, al menos a
lo que refiere a lecturas recreativas. Un par de novelas me han acompañado en
mi día a día durante los últimos meses del 2017. Cabe decir que hoy hablaré de
dos géneros completamente opuestos, así como sus estilos narrativos, también
completamente diferentes.
EL ASESINATO DE SÓCRATES, de Marcos Chicot.
Partiendo de una idea brillante, la ejecución de la trama es
francamente buena. En una combinación muy elegante, las transiciones del
narrador y de los personajes están equilibradas, hasta el punto que, en muchas
ocasiones, son los personajes quienes conducen la novela.
Para los que nos gusta la Historia y la vida de personajes
relevantes de la humanidad, una historia como esta es un caramelo en la boca. No
solo nos recrea uno de los pasajes más fascinantes de nuestro pasado, además
nos inyecta ficción creíble para encajarla en la trama. Todo empieza con un
oráculo que vaticina la muerte de Sócrates y el nacimiento de un niño que se
ajusta a las características de su asesino. ¿Pero será él? No entraré a fondo
con la trama para que quién quiera leer esta magnífica novela pueda quedar
enredado entre los diferentes giros argumentales que la tejen, pero sí me
gustaría destacar la magnífica ambientación y su fondo documental.
Digna obra para ser finalista del Planeta.
LAS CICATRICES DE LA TORMENTA, de Octavi Franch.
Siempre he dicho que en mis lecturas siempre busco tres imprescindibles:
una historia con ritmo, que me haga pensar y que tenga una voz narrativa que me
sorprenda. Este es el caso de este thriller policiaco que llegó a mis manos
casi por casualidad. La trama transcurre en muy pocos días y los
acontecimientos se suceden vertiginosamente, de manera que la tensión de lectura
es continua.
Todo empieza cuando un afamado escritor catalán es citado
para hacerse cargo de una “peculiar” herencia. Ese legado se convierte en su
peor pesadilla puesto que su vida cambia por completo, incluso su pasado, del
que conocerá la verdad. Asesinatos, organizaciones oscuras y revelaciones
familiares son los ingredientes de este buen cóctel sangriento que esconde un
guiño burlón hacia los escritores.
La voz narrativa es sorprendente, por su descaro, por su
ironía y por su tono humorístico; lo que representa un buen contrapunto a una
novela “sangrienta”. Al estar escrito en primera persona, este estilo cobra
sentido porque no es el narrador quien comunica con esa peculiaridad verbal,
sino que es el propio protagonista –que es escritor-.
Muy entretenida.
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