Uno de mis autores preferidos de
mi juventud, por su manera de dar credibilidad a hechos inexplicables y hacerlo
con todo lujo de detalles, fue Jules Verne. Indiscutiblemente es el padre de la
ciencia ficción y uno de los exponentes de la novela de aventuras del siglo
XIX. Todas sus obras son universales y de obligatoria lectura, pese a que haya
transcurrido siglo y medio. Sin duda, fue un hombre avanzado a su tiempo, quizá
un precursor o un guía para la ciencia. En cierto modo, visto en perspectiva,
no era tan descabellado pensar que un día el hombre sería capaz de surcar los
mares de forma submarina o, incluso, que podría viajar al espacio; de hecho,
Verne fue coetáneo de una época donde la ciencia dio un paso hacia adelante. No
obstante, lo que resulta intrigante es la capacidad de detallar en sus relatos
algunas de las características técnicas de las naves o, incluso, vaticinar
prácticamente los nombres de los tripulantes del Apolo VIII.
El autor francés escribió Alrededor de la Luna entre 1868 y 1869,
pero lo verdaderamente curioso es que, exactamente 100 años más tarde, en 1968,
el Apolo VIII orbitaba alrededor de la luna tal como explicaba en su novela y
al año siguiente, el hombre la pisaba. Un siglo exacto separa el relato de la
consecución. Sí, resulta curioso y deberíamos tomárnoslo como una anécdota o un
capricho de Doña Casualidad. Lo haríamos si esta fuese la única coincidencia,
pero no lo es.
La novela explicaba que la
primera nave tripulada salía desde un punto de la costa de Florida bajo bandera
norteamericana y, de hecho así sucedió. La NASA estableció como base de lanzamiento Cabo
Cañaveral. La novela explicaba también que la nave estaría tripulada por tres
astronautas, hecho que también acertó; pero cuidado: recordemos los nombres de
los tripulantes que orbitaron la luna en la novela de Verne, los bautizó como
Nichol, Barbicane y Ardan. Lo más increíble de todo es que quienes viajaron en
esa misión fueron Novell, Borman y Anders; nombres con las mismas iniciales.
Luego hay detalles técnicos
también coincidentes, algunos de ellos con escasa relevancia literaria, pero
que se ajustaron a lo que luego fue la realidad. Verne describió la nave
circunlunar al detalle, recreándose incluso en su masa, también coincidente, y acertando
de pleno en las dimensiones del cilindro del Columbia del Apolo XI.
Por cierto, ya que referimos al
módulo de mando al que la NASA
bautizó como Columbia, cabe recordar que Verne bautizó al cañón que impulsó la
nave con el nombre de Columbiad.
Quizás eso fue un guiño de la propia Agencia Espacial, quién sabe... Sin
embargo, resulta muy, pero que muy curioso.
Por si todo esto no fuese
suficiente, la nave de Verne fue lanzada desde una latitud norte de 27 grados,
siete minutos y una longitud oeste de 82 grados y nueve minutos. El viaje se
completó tras 242 horas y 31 minutos de travesía, incluidas las 48 orbitando en
la luna. La nave cayó en aguas del Pacífico a 20 grados y 7 minutos de latitud
Norte y 118 grados y 39 minutos de latitud Oeste. Si analizamos los datos
reales de la expedición, las coordenadas son prácticamente exactas: salida
desde latitud 28 grados y 27 minutos Norte y longitud Oeste de 80 grados y 36
minutos (apenas 200 Kms. de diferencia con la novela). El viaje espacial duró 127 horas y un minuto,
pero con la salvedad de que solo orbitó 20 horas.
Otro dato relevante es que Verne
estimó una velocidad de escape gravitatoria de 11000 metros por
segundo, que también lo considero un aporte literario de poco interés, a no ser
que la realidad nos confirme que el Apolo lo hizo a 10830 metros por
segundo.
La novela especifica muchos otros
detalles igual de sorprendentes por su coincidencia, como por ejemplo el efecto
de la ingravidez, nombres de los responsables en tierra de la operación o de
los mecanismos de navegación de la nave de observación.
Y es que la vida y obras de Jules
Verne está plagada de misterios y secretos. Muchos de ellos han ido adquiriendo
relevancia al transcurrir el tiempo, al encontrar evidentes coincidencias con
la realidad en el contenido de sus novelas.
Merece capítulo aparte, y
dedicaré un nuevo post a ello, una sociedad secreta, vinculada a los Iluminados
de Baviera, que era conocida como La
sociedad de la niebla y cuyo miembro activo de ella fue el propio Jules
Verne.
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