miércoles, 11 de enero de 2017

EL VISIONARIO JULES VERNE




Uno de mis autores preferidos de mi juventud, por su manera de dar credibilidad a hechos inexplicables y hacerlo con todo lujo de detalles, fue Jules Verne. Indiscutiblemente es el padre de la ciencia ficción y uno de los exponentes de la novela de aventuras del siglo XIX. Todas sus obras son universales y de obligatoria lectura, pese a que haya transcurrido siglo y medio. Sin duda, fue un hombre avanzado a su tiempo, quizá un precursor o un guía para la ciencia. En cierto modo, visto en perspectiva, no era tan descabellado pensar que un día el hombre sería capaz de surcar los mares de forma submarina o, incluso, que podría viajar al espacio; de hecho, Verne fue coetáneo de una época donde la ciencia dio un paso hacia adelante. No obstante, lo que resulta intrigante es la capacidad de detallar en sus relatos algunas de las características técnicas de las naves o, incluso, vaticinar prácticamente los nombres de los tripulantes del Apolo VIII.

El autor francés escribió Alrededor de la Luna entre 1868 y 1869, pero lo verdaderamente curioso es que, exactamente 100 años más tarde, en 1968, el Apolo VIII orbitaba alrededor de la luna tal como explicaba en su novela y al año siguiente, el hombre la pisaba. Un siglo exacto separa el relato de la consecución. Sí, resulta curioso y deberíamos tomárnoslo como una anécdota o un capricho de Doña Casualidad. Lo haríamos si esta fuese la única coincidencia, pero no lo es.

La novela explicaba que la primera nave tripulada salía desde un punto de la costa de Florida bajo bandera norteamericana y, de hecho así sucedió. La NASA estableció como base de lanzamiento Cabo Cañaveral. La novela explicaba también que la nave estaría tripulada por tres astronautas, hecho que también acertó; pero cuidado: recordemos los nombres de los tripulantes que orbitaron la luna en la novela de Verne, los bautizó como Nichol, Barbicane y Ardan. Lo más increíble de todo es que quienes viajaron en esa misión fueron Novell, Borman y Anders; nombres con las mismas iniciales.

Luego hay detalles técnicos también coincidentes, algunos de ellos con escasa relevancia literaria, pero que se ajustaron a lo que luego fue la realidad. Verne describió la nave circunlunar al detalle, recreándose incluso en su masa, también coincidente, y acertando de pleno en las dimensiones del cilindro del Columbia del Apolo XI.

Por cierto, ya que referimos al módulo de mando al que la NASA bautizó como Columbia, cabe recordar que Verne bautizó al cañón que impulsó la nave con el nombre de Columbiad. Quizás eso fue un guiño de la propia Agencia Espacial, quién sabe... Sin embargo, resulta muy, pero que muy curioso.

Por si todo esto no fuese suficiente, la nave de Verne fue lanzada desde una latitud norte de 27 grados, siete minutos y una longitud oeste de 82 grados y nueve minutos. El viaje se completó tras 242 horas y 31 minutos de travesía, incluidas las 48 orbitando en la luna. La nave cayó en aguas del Pacífico a 20 grados y 7 minutos de latitud Norte y 118 grados y 39 minutos de latitud Oeste. Si analizamos los datos reales de la expedición, las coordenadas son prácticamente exactas: salida desde latitud 28 grados y 27 minutos Norte y longitud Oeste de 80 grados y 36 minutos (apenas 200 Kms. de diferencia con la novela).  El viaje espacial duró 127 horas y un minuto, pero con la salvedad de que solo orbitó 20 horas.

Otro dato relevante es que Verne estimó una velocidad de escape gravitatoria de 11000 metros por segundo, que también lo considero un aporte literario de poco interés, a no ser que la realidad nos confirme que el Apolo lo hizo a 10830 metros por segundo.

La novela especifica muchos otros detalles igual de sorprendentes por su coincidencia, como por ejemplo el efecto de la ingravidez, nombres de los responsables en tierra de la operación o de los mecanismos de navegación de la nave de observación.

Y es que la vida y obras de Jules Verne está plagada de misterios y secretos. Muchos de ellos han ido adquiriendo relevancia al transcurrir el tiempo, al encontrar evidentes coincidencias con la realidad en el contenido de sus novelas.


Merece capítulo aparte, y dedicaré un nuevo post a ello, una sociedad secreta, vinculada a los Iluminados de Baviera, que era conocida como La sociedad de la niebla y cuyo miembro activo de ella fue el propio Jules Verne.

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