Creo a ciencia cierta, y así lo
he manifestado en algún post antiguo, que una buena portada es sinónimo de éxito.
Una imagen sugerente, un tipo de letra distinto e identificable o, incluso el
color de los elementos que la conforman forma parte del marqueting editorial
moderno. Es evidente, que una portada no lo es todo; fundamentalmente, porque
lo realmente interesante es el argumento que se encontrará uno en su interior.
Pero a nadie escapa que hoy en día, donde es tan importante la inmediatez, las
sensaciones a primera vista son fundamentales y hay que saber captar al
consumidor.
Permitidme que haga un símil con
un fabricante de caramelos. Supongamos que elabora los mejores caramelos del
mundo; dulces, sabrosos y que no se pegan a los dientes. Resultan deliciosos
porque tienen algo único, un sabor diferente. Pero claro, serán riquísimos,
pero si el envoltorio es feo y poco sugerente no llamará la atención de nadie.
Sirva esta comparación para
entender que no todo es una buena obra, sea del género que sea; los lectores
potenciales que escogerán un libro en una estantería o en una página web se
fijarán también en el envoltorio.
Nadie puede poner en duda la
calidad de estos clásicos; no en vano, muchos de ellos habitan indefinidamente
en miles de estanterías de nuestros hogares y el tiempo les ha otorgado la
etiqueta de grandes clásicos de la historia. Pero mirad sus portadas. ¿Creéis
realmente que cualquiera de estos libros se venderían hoy en día?
Cada autor busca repetir los
elementos identificativos que hicieron de otros títulos un éxito de ventas. Es
principalmente en las sagas donde más identificamos este continuismo en el
estilo de sus portadas, pero la tendencia va mucho más allá. Muchos autores ya
se identifican por un diseño concreto de sus envoltorios.
La saga Milenium es uno de los más
claros ejemplos de esta tendencia, como también lo es Dolores Redondo.
La apuesta de Stephen King va
mucho más allá. La misma portada, el mismo elemento central desde diferentes
perspectivas y con una sola variante: el color.
Sagas a un lado, cuando me
refería a esas características reconocibles que forman parte de la marca
personal de un autor, me vienen a la cabeza dos ejemplos. Parecidos en su
colorido, en el tipo de letra y en la elección de los títulos, Blue Jeans y
Federico Moccia son conocidos ya por este aspecto diferencial que los
identifica.
Lo que nos encontraremos en el
interior de estos libros será mejor o peor, gustará más o menos, pero eso ya lo
juzgaran los lectores después de deshacer el envoltorio.
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