Todos sabemos que las primeras páginas de una
novela deben contener una serie de ingredientes para que quien las lea se
sumerja irremisiblemente en la trama, lo que solemos decir coloquialmente “enganchar
al lector”. Sin duda, el desarrollo de la trama –su nudo central- debe mantener
la tensión página a página, aportando giros, sorpresas, nuevos personajes,
historias paralelas… Pero el final es el momento clave que determinará si todo
lo que hemos escrito, bueno o malo, valga la pena. El final es, si me
permiten el símil, el punto G de la novela.
Como explicaba en el post sobre la importancia
de la estructura de una novela, una de las ventajas de organizar todo lo que
vamos a escribir con antelación es que podemos definir ese magnífico final sin
tener que improvisar a última hora o condicionándolo a las doscientas cincuenta
páginas anteriores. Por ese motivo, reitero que es de vital importancia tener el final pensado y guardado en el cajón.
La culminación de cualquier historia debe
contener un elemento sorpresivo o inspirador, una moraleja o un componente que
provoque una emoción impactante al lector. El final debe dar sentido a todo lo que hemos contado
en las páginas anteriores. El último capítulo debe ser un castillo de fuegos
artificiales, a poder ser con traca final.
Para lograr sorprender es importante que
sepamos guardar muy bien nuestro As en la manga, que el lector no descubra con
páginas de antelación lo que sucederá cuando termine la historia. Si
mostramos demasiadas evidencias de cómo ejecutaremos el final dirán de la
novela, buena o mala, que tiene un final previsible. Además, hay que tener en
cuenta que el lector está en alerta y a medida que transcurre la lectura, su mente
teje su propio final. No hay cosa más difícil que conseguir sorprender a
alguien que espera ser sorprendido.
Ahora bien, hay que procurar que la sorpresa
tenga sentido, que se ajuste a las expectativas creadas y, sobre todo, que
resulte creíble. Los finales fantasiosos o irreales desvirtúan el contenido de
la historia y ofrece una imagen pobre del autor.
Os recomiendo leer la novela de Yann Martel, La
vida de Pi. Esta novela tiene un único protagonista y, además, el 80% de la
historia transcurre en una barca en medio del Océano. Con estos dos
condicionantes, os puedo asegurar que resulta muy complicado mantener la tensión
del lector durante todo el relato y, más complicado aún, sorprender con un
final brillante. Pues sí, La vida de Pi contiene un final brillante, emotivo,
sorprendente y que le da sentido a las cerca de cuatrocientas páginas
anteriores. Yann Martel tenía un As en la manga.
Una buena entrada, Josep. Y te doy la razón en que un buen final es tan importante como un buen principio porque si el principio engancha al lector, el final, no debe decepcionarle. Para mi no hay cosa peor que una novela que crea muchas expectativas y abre muchos frentes que luego se pierden. Tener un As bien escondidito y sacarlo en el momento preciso, marca la diferencia.
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