No hablo de él demasiado, aunque siempre tendrá un lugar muy especial en mi memoria. Fue un proyecto extraño, a la vez bonito y muy enriquecedor. Tras resultar finalista en un certamen de microrrelatos de terror, uno de los participantes contactó conmigo para proponerme publicar una antología de historias del mismo género. Me explicó que también se lo había propuesto a otros dos autores a los cuales tampoco conocía. Me resultó extraño que alguien a quien no conocía, me ofreciese tamaño proyecto, además, ese autor vivía en Argentina, a miles de kilómetros de mí. Pero, aunque me asaltaban las dudas, no pude rechazar la oferta y me lancé de cabeza. El proyecto lo conformaban dos argentinos y dos catalanes que no habían cruzado ni una sola palabra. No tenía ni idea de cómo escribían, aunque tampoco me importaba en ese momento. Hoy rechazaría un proyecto así sin pensarlo dos veces.
Para mi sorpresa, la comunicación fue excepcional y muy fluida, nos organizamos en tres o cuatro breves conversaciones a través de Messenger y en tres meses autoeditamos un coqueto libro de relatos de terror. Vendimos cerca de un centenar de ejemplares, lo que significa que todos procedemos de familias numerosas, porque de lo contrario, no me lo puedo explicar.
Nos corregimos los unos a los otros, uno se encargó de maquetarlo, otro diseñó la portada y los demás nos encargamos de la parte comercial. Acababa de nacer "El vórtice macabro", mi primera experiencia en la publicación.
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