Aunque existen muchas dudas sobre
la certeza de este curioso episodio de Cristóbal Colón, existen diferentes crónicas
e ilustraciones que podrían darle cierta veracidad.
El 11 de mayo de 1502, Colón
partió del puerto de Cádiz al mando de las carabelas Vizcaína, Gallega,
Capitana y Santiago de Palos, en la que era su cuarta expedición a las Américas.
Tras visitar tierras caribeñas y recorrer todo Centroamérica para realizar una
cartografía de la zona se establece en Panamá, territorio en el que encontraría
hostilidades con indígenas Guaymis que provocarían su marcha tras semanas de
enfrentamientos. Con la tripulación agotada, decidieron regresar a España por
la ruta del Caribe. El trayecto estuvo plagado de incidentes, no solo por los
problemas de navegación en condiciones extremas de la mar, además padecieron
los efectos de una plaga que deterioró severamente los cascos de varias naves.
Eso provocó que llegaran a las costas de Jamaica el 25 de junio de 1503 con la
mitad de la flota y con muchos de sus tripulantes enfermos y heridos en los
enfrentamientos de Panamá.
Durante semanas, los nativos de
la isla les proveyeron alimentos a los españoles a cambio de baratijas y
utensilios de cocina. Mientras, los diezmados tripulantes, trataban de reparar
las embarcaciones para emprender el viaje de vuelta. Pero a medida que
transcurría el tiempo, las hostilidades entre españoles e indígenas fueron en
aumento y el aprovisionamiento empezó a escasear. Eso provocó que una parte de
la tripulación se amotinase y exigió a Cristóbal Colón que tomase las aldeas
por la fuerza, opción que el almirante descartó para no diezmar aún más a sus
tripulantes. Sin embargo, el almirante urdió un plan maquiavélico para amedrentar
a los nativos que empezaban a ver a los españoles como a unos enemigos.
Colón echó mano de un almanaque astronómico
e hizo de la casualidad un truco mágico a los ojos de los nativos. Pidió
reunirse con el líder de los indígenas y le explicó que su Dios estaba muy
enojado con sus hostilidades y le amenazó con hacer desaparecer la luna al cabo
de tres días si sus tropas no eran avitualladas y cesaban con las hostilidades.
Los nativos no hicieron demasiado
caso a las apocalípticas amenazas del almirante español, pero al tercer día la
luna empezó a enrojecer hasta que el eclipse la hizo desaparecer y los incautos
aborígenes comprendieron que el dios de los visitantes les había castigado, tal
como les había advertido Colón.
Así pues, aterrorizados, se
presentaron ante el almirante con multitud de manjares y dádivas para rogarle
que les devolviera la luna y su dios fuese magnánimo con ellos. Colón accedió y
horas más tarde la luna volvió a brillar sobre la isla.
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