Con algodón en mis fosas nasales y con los brazos en cruz aún me pregunto que hago en el interior de este maldito ataúd. Solo quería gastar una broma a mis amigos y para ello organicé una sesión de güija en casa. Preparé varios trucos para impresionarlos y reírme un poco de ellos. Lo dispuse todo con minucioso cuidado para que el plan resultase perfecto. Até al palo de una escoba un hilo de pescar y calculé la caída de ésta para que volcara el cubo. Únicamente debía mover un pie para escenificar la farsa, para que todo pareciese cosa de espíritus. Lo del mando a distancia para apagar la luz del salón era el truco final, la cerecita del pastel.
Ana estaba aterrorizada y Ángel... Bueno, nunca imaginé que Ángel llorara de miedo.
La broma fue todo un éxito. Marcharon asustados sin que pudiera explicarles que todo había sido una broma macabra.
Fue entonces, ascendiendo la primera escalinata para irme a dormir cuando el hilo de pescar se enredó entre mis pies, tropecé con la escoba, caí enredado todo el tramo de escaleras y me partí el cuello con el cubo.
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