jueves, 24 de abril de 2014

Sant Jordi 2014

Tras varios días con tiempo inestable, Sant Jordi amaneció soleado y caluroso, mostrando su mejor cara para que pudiésemos disfrutar de la jornada del libro y la rosa. A primera hora de la mañana, los libreros correteaban con cajas llenas de libros para preparar las mesas, y los floristas adornaban los primeros ramos de rosas y llenaban grandes cubos con agua de las fuentes más cercanas.

Salí de casa temprano, a eso de las ocho y media, duchadito, afeitado y con mis mejores ropajes. Era la primera vez que tenía la oportunidad de firmar mi novela en Barcelona y estaba dispuesto a saborear cada uno de los minutos de un día tan especial. La librería Espai Literari tuvo la gentileza de hacerme un hueco de última hora y aprovecho estas líneas para agradecérselo.

Programa de firmas de Espai Literari

A las nueve, con todo aún a medio montar, empezó mi sesión de firmas en la Plaça Joanic. Mi estómago se retorcía cual culebrilla, mientras mis ojos buscaban la complicidad de los primeros lectores que se acercaban hasta mi mesa para curiosear. La hora no era la más oportuna, y a mi lado tampoco tenía a ningún famoso que alertase a las masas, de modo que tuve que llenarme de paciencia a la espera de mi primera firma. Los minutos iban pasando y la gente también, pero de largo; mis dedos jugueteaban con el bolígrafo que reservé para la ocasión y nada, mejor dicho, nadie... Pero cuando el campanario de alguna parroquia cercana empezaba anunciar el segundo cuarto de hora, apareció una chica, se plantó ante la mesa y me regaló un "hola". Ella es Núria, la primera compradora de la nueva edición de La herencia de Jerusalén en una librería y mi primera dedicatoria del día. Luego apareció otra chica y luego un matrimonio. Mis nervios se templaron, ya no me iba de vacío y había podido masticar el placer de sentirme escritor en mi propia casa.

Con Núria González (mi primera firma del día)


Después de la sesión de firmas, me colgué la chaqueta al brazo, protegí mis ojos con las gafas de sol y me fui andando hasta el centro de la ciudad sin prisa, empapándome del buen ambiente de las calles, dejándome perseguir por las gitanillas y los universitarios que pretendían venderme una rosa. Un autor argentino me abordó a medio camino para venderme alguna de sus novelas, estuve a punto de picar, pero le dije que doce euros por un cuadernillo de apenas ochenta páginas era un precio no conveniente. Me explicó que la imprenta le cobraba casi ocho euros y entonces pensé que o le estaban tomando el pelo o él pretendía tomármelo a mí. Como comprendí que era lo segundo, le estreché la mano y le deseé mucha suerte; sinceramente, la iba a necesitar.

Av. Diagonal / Psg. de Gràcia


Ya en el centro, tomé alguna foto, me detuve en alguna parada de libros y aproveché para abrevar mi garganta y aliviar mi vegija en un bar. Contemplé un recital de poesía en la balconada del Hotel Majestic y me perdí entre versos de Machado; curioseé entre casetas buscando caras de autores conocidos. Las colas más exentas eran de cazaautógrafos de famosos. Estaba la Obregón, Risto Megide, la monja liberal y Ferrán Adrià, entre otros. La pobre Isabel Clara Simó le suplicaba a gritos a un guardia de seguridad que le dejase pasar y él la enviaba a la cola hasta que alguien le hizo saber que era una autora y lo que quería era entrar en la caseta. Me hizo especial ilusión ver a la gran Pilarín Bayés firmando los libros que lleva más de cincuenta años ilustrando y volver a ver a Walter Risso, un autor a quien conocí hace cuatro años y que tiene una cercanía con los lectores más que destacable. Pasé por delante de FNAC, que sufría una rebelión en toda regla de sus empleados, cansados de trabajar por cuatro míseras perras y asistí atónito a la plantada de los autores que tenían invitados. Un diez para ellos, evidentemente.

Pilarín Bayés

A mediodía me encontré con David Lucas, un poeta de la vida, un ilusionista de la felicidad y una persona que se ha ganado mi respeto y mi amistad en muy poco tiempo. Le acompañaba Sampe, su inseparable mujer y su cuñada. Nos acercamos a visitar a Francesc Miralles en Rambla Catalunya y estuvimos departiendo con él durante unos minutos. Debo decir que quedé fascinado por su humildad y su cercanía, valores no muy propios de autores de éxito como es su caso. Hablamos de mi novela, preguntó, curioseó el interior, me felicitó y se hizo una foto conmigo. Por cierto, buen tío, pero qué alto es, a su lado me sentí muy, muy pequeño.

Francesc Miralles sujetando mi novela (un honor)


Nos fuimos a comer y en el restaurante se añadieron más autores. Pat Casalà, compañera que se estrenará en octubre con la misma editorial que yo y Antonia Romero (Ediciones B). También se acercó Silvia, mi primera dama y Núria, la espontánea lectora que vino a que le firmara por la mañana. Nos echamos unas risas, de esas que ensanchan las costillas, de las de verdad; hablamos de libros, de editoriales y de librerías, abordamos el ego de los autores y nos metimos con los "famosillos" que se convierten en superventas con libros que no han escrito ellos.

Ensanchando costillas y estómago


Luego volvimos al meollo de la ciudad, para captar el fervor popular de la fiesta, pero había demasiada gente. Sí, es bonito ver a tanta gente en la calle, pero era imposible andar y utópico acercarse a una parada de libros, de modo que pusimos cierre a la jornada y nos volvimos a casa con la sensación de haber vivido un Sant Jordi, como siempre, muy especial.

Les Rambles

2 comentarios:

  1. Qué bien os lo pasásteis! Lástima que no nos viésemos, estuviste muy cerca de donde firmaba yo.
    Besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. A ver si el año que viene podemos coordinar mejor las agendas. Es un día para disfrutarlo. ;)

      Eliminar