Ana, la dulce Ana, ataviada con su vestido de blanco pulcro saltaba a la cuerda en su jardín haciendo volar las cintas añiles de sus tirabuzones dorados. Cantaba una canción infantil cuya melodía recordaba una de esas canciones con las que jugaba a la rayuela cuando era niña.
- Tres, seis, la piedra no veis… - Cantaba.
Accioné la cuerda del cortacésped y la máquina empezó a rodar con estridencia sobre la hierba, ensordeciendo la melodía de la niña. Ana era tan dulce, tan deseable, tan virginal… Revivía en mis pensamientos esa tarde en la que pude acariciar su pureza.
Repentinamente, Ana se giró con gesto brusco y alzó el brazo. Me señaló con el dedo extendido y cara de odio. En ese momento el cortacésped encontró una piedra en el camino que atrancó las cuchillas, haciendo que una de ellas saliera despedida y seccionara mi carótida.
Ana sonrió malévolamente y siguió cantando.
-Tres, cuatro, cumplido el trato… -
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